La rosa y el caminante

El caminante pasaba todos los días por delante del jardín. Era un jardín triste, que luchaba sin mucho éxito por sobrevivir en un pequeño trozo de tierra reseco y asfixiado por el humo de los coches. Un día el caminante se fijo en que había aparecido una rosa cuyo esplendor brillaba entre el resto de la marchitas flores. Desafiando valiente al humo de los coches.
“Tengo que oler su fragancia”, pensó al verla. “Pero hoy no, que llego tarde”
Al día siguiente: “Hoy no, que llevo los zapatos caros y no quiero mancharlos”
Al otro: “Hoy no, que esta lloviendo”
Y otro: “Ahora hay mucha gente me da vergüenza, mañana…”
Y por fin llegó el día, no tenía que trabajar, el sol brillaba y no había nadie en la calle. Llegó hasta donde esperaba su flor, pero su flor ya no estaba, alguien la había cortado.
Desilusionado se sentó en un banco. Se sentía triste por todas las oportunidades perdidas, por todo el tiempo dedicado a otras cosas menos importantes pero más urgentes con la excusa de “mañana tendré tiempo”.
Al día siguiente volvió a pasar por donde estaba su flor y al acordarse de ella le ocurrió algo muy raro. Sonrió. Sonrió recordando como cada mañana salía de casa más animado pensando en que aunque fuera solo por un segundo iba a ver a su flor.
Eso era, no iba a dejar que el dolor de su ausencia empañara las sonrisas que había compartido con su flor. Puede que no fuera todo lo que hubiera podido ser, pero precisamente por eso esas sonrisas eran tan valiosas. Desde entonces siempre que pasaba por allí sonreía y seguía haciendo años después de que el pequeño jardín fuera cubierto por asfalto.