La rosa y el caminante

El caminante pasaba todos los días por delante del jardín. Era un jardín triste, que luchaba sin mucho éxito por sobrevivir en un pequeño trozo de tierra reseco y asfixiado por el humo de los coches. Un día el caminante se fijo en que había aparecido una rosa cuyo esplendor brillaba entre el resto de la marchitas flores. Desafiando valiente al humo de los coches.
“Tengo que oler su fragancia”, pensó al verla. “Pero hoy no, que llego tarde”
Al día siguiente: “Hoy no, que llevo los zapatos caros y no quiero mancharlos”
Al otro: “Hoy no, que esta lloviendo”
Y otro: “Ahora hay mucha gente me da vergüenza, mañana…”
Y por fin llegó el día, no tenía que trabajar, el sol brillaba y no había nadie en la calle. Llegó hasta donde esperaba su flor, pero su flor ya no estaba, alguien la había cortado.
Desilusionado se sentó en un banco. Se sentía triste por todas las oportunidades perdidas, por todo el tiempo dedicado a otras cosas menos importantes pero más urgentes con la excusa de “mañana tendré tiempo”.
Al día siguiente volvió a pasar por donde estaba su flor y al acordarse de ella le ocurrió algo muy raro. Sonrió. Sonrió recordando como cada mañana salía de casa más animado pensando en que aunque fuera solo por un segundo iba a ver a su flor.
Eso era, no iba a dejar que el dolor de su ausencia empañara las sonrisas que había compartido con su flor. Puede que no fuera todo lo que hubiera podido ser, pero precisamente por eso esas sonrisas eran tan valiosas. Desde entonces siempre que pasaba por allí sonreía y seguía haciendo años después de que el pequeño jardín fuera cubierto por asfalto.

Échame una mano

Mi vida no había sido la misma desde el accidente. Y eso debería considerarme afortunado. Cuando el autobús de regreso a Madrid chocó con un camión cargado de varillas metálicas la muerte sorteo varios números y tuve suerte de no sacar ninguno ganador. Lo poco que recuerdo del accidente puedo describirlo como parecido a estar dentro de una picadora de carne. Perdí un brazo, pero afortunadamente los de la ambulancia lograron recuperarlo y conservarlo.

Después de la operación para reimplantarlo los médicos tenían esperanza de que recupera un 60% de la movilidad, les sorprendí porque a los seis meses era capaz hasta de tocar la guitarra. Yo también me sorprendí, nunca había aprendido a tocar la guitarra. Desde entonces sentía que ese brazo era más hábil que antes del accidente. Hasta mi mujer estaba sorprendida y encantada con ciertos trucos en la cama que mi brazo ejercitaba con gran soltura. La verdad que me empecé a preocupar, tenía la extraña sensación de que el brazo hacia cosa que yo no le ordenaba. O más bien que era él quien me sugería hacerlas. Me obsesioné tanto que acabé en la consulta de una psicóloga con un diagnóstico de trastorno de disociación debido a la culpa del superviviente. Ridículo, yo no me sentía culpable de sobrevivir, me sentía atemorizado porque mi brazo empezaba a tomar decisiones sin consultarlas con mi cerebro. La doctora me dio consejos pero ninguno me ayudó. Al final, para evitar que me medicasen, fingí que me había curado de mi "trastorno" y me dejó en paz todo el mundo, menos mi brazo, que seguía allí, pegado a mi codo, conspirando.

Hace una semana encendí un cigarrillo que le robe a un compañero y le di una calada antes de empezar a toser. No he fumado nunca. Lo peor es que para encender el cigarrillo hacen falta las dos manos. Y no solo eso, poco después me sorprendí escribiendo un mail a una persona que no conozco, intenté leerlo pero mis manos lo borraron antes de que pudiera ir más allá de la primera línea:  “Querida Julia, se que te prometí que....”. ¿Quién era Julia? ¿Qué le había prometido yo? O al menos ¿Qué le había prometido mi brazo?

La prueba definitiva que confirma mis sospechas la he tenido esta mañana. La policía me ha mandado un caja con mi alianza de matrimonio. La llevaba puesta en la mano que perdí. Según ellos lo encontraron en un miembro amputado que estaba destrozado. Entonces, ¿de quién es el brazo que me implantaron?.

He intentado cortarlo con un hacha, pero no logro que mi brazo izquierdo le golpee. Ha ganado mucho control sobre mi cuerpo, aun así creo que no puede leer mi mente o eso espero. He trazado un plan, le he dicho a mi mujer que me apetecía preparar una barbacoa para cenar. Para hacer tiempo me he servido una copa de whisky y luego otra, tengo la esperanza de que el alcohol le debilite más a él que a mi o que al menos me dé el valor suficiente para hacer lo que tengo planeado. A la tercera copa he sufrido un descuido y he derramando gran parte del whisky por encima de la manga de mi camisa, estoy seguro de que ha empapado suficiente. Ahora solo queda sufrir un accidente. Creo tener la voluntad suficiente como para aguantarlo suficiente tiempo en el fuego.